La obra del primer edificio empieza sin más contratiempos. Lunes y martes los dedicamos a poner las rocas y el hormigón de limpieza y empezamos a preparar el hierro para el armado de las zapatas. Le explico al jefe de obra, que es también el ferralla, los planos:
-Ves, esta zapata de aquí corresponde a este detalle de aquí. Ves lo que pone: 2 hierros del 10 y uno del 8 arriba y 2 del 10 y uno del 8 abajo, separados tantos centímetros, estribos del 6 cada 20, etc etc. Lo has entendido? Está claro? Si no me he explicado bien me lo dices y volvemos a empezar, no hay prisa.
-Si si, está claro, ningún problema…
-Bueno, pues empieza y después lo reviso.
Por otro lado, para segundo edificio, empezamos a derribar el molino.
En el primer edificio hemos terminado el armado de la primera zapata… i no está nada mal. Y yo respiro un poco más tranquilo.
-Ok, montad las otras 4, encofrad, colocad las esperas de los pilares y mañana por la mañana lo revisamos todo antes de hormigonar. Sobre todo, ni una gota de hormigón hasta que yo no de el visto bueno.
Al día siguiente… el espectáculo es dantesco… las esperas de los pilares bailan tanto que creo que se las llevará el viento, los encofrados parecen montañas rusas y los armados tocan la madera por todas partes. Dedicamos el miércoles entero a rehacerlo, todo bien atado, más o menos recto (con estos tableros hay que reconocer que tampoco es fácil) el hierro bien separado de la madera y del suelo.
El jueves, mientras unos hormigonan, los otros empiezan a montar el hierro del resto de zapatas y pilares. Yo sigo recogiendo los restos del molino, que no se acaban nunca. De vez en cuando reviso lo que están haciendo y… no está mal, al menos, aprenden rápido. Más no se puede hacer. Les felicito, después de la bronca que les cayó ayer, suspiran tranquilos… corregimos cuatro cosillas y “palante”!
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